Mauricio González, su nombre grabado en piedra
que refleja a su manera el talento de la vida misma
que tiempo a tras no conocía.
Agua cristalina caminante de las calles observando
sus paisajes y capturando su profunda merma,
dando un toque a la naturaleza de
colores y manchas vivas como gotas de agua dulce
enfrascadas en la tela que por un momento resume su
vida entera.
Un caballero armado, el pincel y los colores sus armas letales
que penetran en el corazón manchado de asombro de sus rivales.
La humildad y sencillez
acompañados de la grandeza de un emperador noble,
que su trono es una silla zapatera
y su bastón un pincel cualquiera.
La memoria, pieza del rompecabezas
que se arma a cada instante y que nunca se completa.
Bienvenidos al lugar donde las energías se unen y se hacen una,
el café cambia de esencia
y el tabaco se viste en seda,
es el espacio donde el color inunda el aire
transmutando la ilusión,
¡ten cuidado! porque las formas atrapan tus ojos olvidando lo que viste afuera
encerrandote en un pedazo de colores de la existencia entera.
Cada sorbo una empatía, cada cigarro el placer y la armonía, cada pincelada un fragmento
de Mauricio, cada color un sentimiento
que por un momento significa una lagrima o una sonrisa a mar abierto.
Gente que en su vida le robo una pizca de alegría y tal vez tristeza que
inmortales hacen acto de presencia de sangre, la madera.
Cada color una sensación,
cada forma una expresión,
cada silueta la imaginación más real que el mismo sol.
La tristeza y el amor, el coraje y la alegría que plasmados en un cuadro se funden en armonía.
Haciéndole faena a la reina de las reinas, la pintura y su desnudez,
de un amigo, de un hermano Mauricio González quien espera regalarles su vivencia y su simpleza.
Joshua Ayala.